martes, 7 de octubre de 2008

Un olor a mañana sin vida

"Un olor a mañana sin vida"

El fin de la segunda guerra mundial llego a finales de abril y a comienzos de mayo del año 1945 tras la rendición alemana. El 30 de abril del mismo año Hitler se suicida junto a su amante de toda su vida. El 8 de mayo celebraciones no se hacen esperar en toda Europa, la gente canta victoria y muchos otros solo se ahogan en las ruinas que les dejo la guerra. Ella era Diana y no tenía nada que celebrar, todo lo contrario, tenía mucho porque morir.
Era 10 de mayo de 1945, o por lo menos eso era lo que decía en el diario de ese día gris y nebuloso, lleno de cenizas y de millones de lágrimas que lo único que hacían era adornar ese horrible entorno grisáceo que había dejado la guerra. Esa guerra que me había arrebatado mi vida, mi familia, mis sueños, mi nombre, mi alma, a mí. Pero la cual nunca pudo arrebatar al amor de mi vida.
Recuerdo que tal vez hace unos 2 años empecé a vivir algo que no le deseo a nadie.
Ese día después de haber dormido toda la noche arrullada por los gritos inocentes de los millones de muertos que dejaba a diario la guerra me desperté y me dirigí a la mesa a tomar mi desayuno como era de costumbre. Me senté, vi a mi familia sentada en la mesa, mire los ojos de mi padre los cuales estaban ocultos tras sus manos, luego mire a mi madre y con mi mirada trataba de preguntarle el porque mi padre se cubría los ojos, ella me miro y empezó a llorar, me levante de la silla y lo abrase, se quito las manos de sus ojos y me enredo en sus brazos. Lo único que me dijo fue –cuida a tu madre y a tu hermana que viene en camino-. Se levanto de la mesa con mi mamá y se dirigieron a su habitación. En la mesa se había quedado una carta la cual no dude en leer.
Mientras empezaba a leer la carta que había encontrado en la mesa, en el cuarto de mis padres se escuchaba el llanto incontrolable de mi madre, ese llanto que no era muy común en nuestro hogar, cuando termine de leer la carta me di cuenta de la razón por la cual ese día el desayuno olía a tristeza, a miedo y a pan quemado. La carta en más o menos palabras decía que mi padre tenía que ir a la guerra ese mismo día ya que las tropas del ejército enviadas por mi país se estaban agotando y necesitaban enlistar personas a como diera lugar.
Ese día en la tarde la casa olía a tristeza, a miedo y a pan quemado. Mi padre ya tenía sus maletas listas y mi madre estaba postrada a sus pies rogándole que se quedara. Yo por mi lado solo pensaba en mi hermana, ese ser humano que estaba por nacer y no tendría un padre que la cuidara. Aunque mi padre no es que fuera muy protector. El era mas bien una necesidad obligada, era como Hércules y su gran fuerza, yo era Hércules y el mi fuerza, es decir, yo dependía de el para vivir.
El momento llego, ya era inevitable, un charco amarillo se agrandaba cada vez mas en el suelo de la sala, el charco provenía del zapato izquierdo de mi padre, provenía de su pantalón y nacía en su entrepierna, eran los orines que no pudo contener. Le gano la cobardía, el miedo, el terror, las ansias o tal vez la impotencia de no poder hacer nada. Ese día olía a tristeza, a miedo, a pan quemado y a orines de mi padre.
Ese día el ambiente estaba callado y totalmente desolado. Pasaron varios días con la misma rutina. Cinco meses después llego lo que desde un principio sabíamos que se avecinaba. Llego ese papel que anunciaba la muerte de padre en la guerra.
Esa mañana me levante como cualquier otra, me dirigí a la mesa a tomar mi desayuno, en la puerta estaba regado un charco de sangre. Con miedo me acerque a la cocina y estaba ella tirada en el suelo con su vientre acuchillado y con un aborto provocado, el vientre y la cuca le sangraban como nunca pensé que podía sangrar una persona. Ese día me quede completamente sola. Esa mañana olía a tristeza, a miedo, a pan quemado, a orines de de mi padre, a estupidez depresiva, a soledad y a hermanita muerta. Ese día me di cuenta que estaba completamente sola.
Pase varias noches, días, tardes. Sola, recordando mi vida paso a paso, olor tras olor, una imagen sobre otra. Me sentía como mi mamá el día que mi padre partió a la guerra, me siento como mi papá cuando escribía cartas en algún lugar repleto de minas, me sentía como mi hermana en la soledad de un vientre apuñalado. Me sentía sola.
Pasaron varias semanas y yo seguía escondida en la oscuridad de mi casa alimentándome de migajas de tostadas quemadas que quedaban en el suelo, lo único que hacia era mirar hacia la ventana y ver hacia el techo, viendo como poco a poco se destruía mi casa conmigo adentro. La casa estaba en ruinas y la silueta de un hombre en la puerta decía con voz imponente – ¿hay alguien aquí?- con las pocas fuerzas que me quedaban emití un sonido leve que salio de mi garganta, el me escucho y me alzo en sus brazos, me pego a su pecho. Era uno de ellos, era de las tropas que según la carta enviada por el gobierno había matado a mi padre. Vi su rostro y aunque tenía sed de venganza contra esos “demonios” vestidos de soldados me deje guiar por mi cansancio y mi confianza, de inmediato quede dormida entre sus brazos. Saben desde la partida de mi padre no había dormido tan tranquilamente.
Esa mañana me levante en un lugar iluminado, silencioso y peligrosamente tranquilo, solo estaba una persona acostada en la cama de al lado. Lentamente me fui acercando a el, me senté a su lado, lo desperté lentamente acariciándole la espalda, el tranquilamente se despertó y me dijo – ¿si descansaste linda?- yo algo sonrojada le conteste –si lindo, si descansé-. Sin conocernos y siendo de países diferentes en guerra nos besamos como nunca creí besar a alguien. Creo que en ese momento sentí lo que sentía mi madre cuando besaba a mi papá en la boca en las mañanas antes de darle sus tostadas quemadas.
Esa noche que pasamos fue mágica, todo fue perfecto. En la madrugada del otro día, golpearon la puerta de una manera muy fuerte, el abrió y unos hombres del ejercito enemigo se lo llevarón lejos para ser de rehén. Vi como la silueta de esos hombres se desaparecían en un camión. Yo caí al suelo empapada en lágrimas. Lo espere todos los días hasta hoy 10 de mayo donde las calles están envueltas en felicidad, donde los diarios están repletos de noticias aparentemente felices y en donde reina la tranquilidad. Yo por el contrario sigo envuelta en la misma tristeza que el me dejo, sigo envuelta en un olor a tristeza, a miedo, a pan quemado, a estupidez depresiva, a orines de mi padre, a soledad, a hermanita muerta, a mi sangre y a mi cuerpo sin vida que cae lentamente por el suelo de la cuidad. En ese momento deje de vivir.

Alejandro Lotta “Machin”
Para quellos que mueren en el amor y en la guerra

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